A la prima más hippie de la familia ya le han salido dos bebés del coño. Sí, todas sabemos que ni los quiere ni los ha buscado, pero de qué iba a comer, qué iba a hacer en su vida. Volvió a la casa de papá y de máma, heteropatriarcal a más no poder, después de haberse dado a la vida alternativa y desenfrenada durante sus estudios en la universidad. Es el segundo y el primero todavía no sabe leer ni escribir. Pero bueno, ella sabía que su capital real, por más alternativa y a contracorriente que quisiera pensar, era el de los cuidados, el de los afectos, el de la crianza. No arriesgó a malvivir con trabajos de mala muerte y se buscó un buen ingeniero a sueldo de una multinacional de ésas que hace más negocio cuanto más sopla el viento en sus postes eólicos. Y calvo, bajito y muy manejable, ¡pues a vivir de ser mamá! Eso sí, ella educa de forma muy abierta a sus bebés. El papá da igual como los eduque, pero ella sí. No tengo ganas de decirle nada a esta prima. Si la felicito se creerá más todavía que está invirtiendo muy bien su capital, y si no le digo nada pues es lo mismo, la baja laboral que se va a tomar el papá va a ser de un par de borracheras con sus amigos para celebrar lo guapos que él hace los bebés. Ella a sus treinta y pocos años tiene los pechos destrozados y la espalda con algo así como una chepa de tanto cargar peso en forma antropomórfica. ¡Y está de un feliz que te cagas la prima, ha salido todo perfecto! Ay, y pensar que yo, entre otras personas, he acabado atrapado en esta ciudad por ella...